2014-08-15

15 de agosto de 778




LA BATALLA DE ORREAGA (RONCESVALLES)



El 15 de agosto del año 778 una terrible batalla sobrecogió al Pirineo navarro.
Durante horas, quizá días, miles de personas se golpearon con armas de metal hasta la muerte.

Fue el enfrentamiento armado más grave de su época, un hecho que conmocionó a Europa.
¿Cúal fue la causa para que el horror se apoderara de las montañas navarras?
¿Quién tomó parte en tan sangrienta lucha? Y lo más importante: ¿Por qué?


El contexto histórico

El año 476 es considerado en general como el final del Imperio Romano.
Para los británicos el 312 es más que suficiente,
hay chovinistas defensores del 711 y hasta el 1453 tiene sus partidarios.
Poco nos importa la fecha o hasta la hora en que éste o aquél perdieron el cuello.
La raíz del problema es otra, mucho más general e imposible de comprimir en un número.

El Imperio Romano, cárcel de personas sometidas, era un completo fiasco desde el principio,
un robo a mano armada que escondía en sus últimos días,
bajo su débil capa de refinado barniz y engañoso cristianismo,
un pobre y carcomido aglomerado de pueblos.
No es de extrañar, por tanto, que las revoluciones sociales
y sublevaciones populares estuvieran al orden del día.
De ahí que cuando el chiringuito terminó por hundirse en el siglo quinto,
hubiera territorios liberados por doquier, ya fuera bajo repúblicas comunitarias multirraciales
o con motivo de reafirmaciones nacionales en unidades organizativas propias
lejos de las formas impuestas por el imperialismo esclavista romano-cristiano jerárquico.

Esto mismo sucedió en Vasconia, esa tierra de lengua navarra,
reliquia preindoeuropea que desde los aún desconocidos límites occidentales y meridionales,
ocupaba casi todo el Pirineo
y descendía por las llanuras aquitanas hasta la ciudad de Burdeos.
Definir cuál era el peso y poder práctico de la maquinaria represora romana,
la rebelión social y la lucha nacional en el 476 es hoy en día pedir peras al olmo.
Lo único seguro es que el Estado se batía en retirada
ante el auge de las formas renovadas de la población vascona.
Y el enfrentamiento vigente se daba a todos los niveles, también armado.

Pero el Imperio Romano, en contra de la opinión general, no cayó.
Es decir, se transformó, y la estatua nazi de mármol blanco
dio paso a un engendro con apariencia romana, falso cristianismo y garras germanas.
En suma, un nuevo reparto del mundo al que tampoco estaban invitadas las naciones
que habían sobrevivido a más de medio milenio bajo la calígula de las legiones.

Naciones que en los siglos siguientes resistieron a la asimilación mientras les fue posible,
conservando las libertades recobradas en el colapso de la centralización imperial.

Libertades en el ámbito jurídico
-diferentes variedades en el derecho, ahí está el pirenaico del que un residuo son los fueros-,
social
-democratización, papel del grupo, de la mujer-,
religioso
-apuesta por el paganismo, el animismo ancestral, cristianismo no oficial o el islam-,
económico
-sin depender orgánicamente de los centros de poder mundiales-
o lingüístico
-revitalización de las lenguas nacionales en perjuicio de las impuestas desde el exterior-.

En resumen, poder político, soberanía plena para gran parte de Breizh (Bretaña) y Vasconia,
y configuración en éstas de auténticos estados nacionales de los que,
perdida finalmente la centenaria guerra de desgaste, apenas nos han quedado referencias,
míseras hondarras e intuiciones de lo que pudo ser un modelo
organizativo estatal alternativo al que finalmente venció y perdura en la actualidad.

El siglo quinto, sexto, séptimo, vieron cómo la debilidad del nuevo sistema implantado
desde arriba en el continente europeo era incapaz de frenar el expansionismo liberador
que propugnaban bretones y vascones, naciones que profundizaban
en sus realidades internas creando mundos cada vez más distantes
de la faraónica obra en la que confiaban jerarquía católica, nobles y reyes germanos.
Visigodos y francos eran unos instrumentos ineficaces
-tropas vasconas entraron al asalto por dos veces en Zaragoza-,
al tiempo que el también más justo desafío musulmán
les quitaba fuentes de financiación al sur y este del Mediterráneo,
lo que había sido su patio trasero innegociable.

Diversas razones, entre las que no hay que subestimar un potente crecimiento demográfico
en ciertas zonas europeas bajo dominio de los dueños del mundo,
unido a una férrea voluntad del ya consolidado nuevo sistema europeo
por zanjar la cuestión y nombrar un nuevo emperador en occidente tras siglos de trono vacío,
llevaron a la ruina estos proyectos alternativos con base nacional.
El exponente más claro fue la coronación de Carlomagno, el genocida de mil pueblos,
y de una manera muy relevante de bretones y vascones.


Los hechos

En el siglo octavo, derrotada la resistencia vascona y bretona
a lo largo de las amplias tierras de la actual Francia
-tropas vasconas presentaron batalla hasta en las cercanías de París
y disponían de líneas de abastecimiento y fortificaciones en el hoy centro francés-,
Carlomagno decidió terminar su tarea y para ello quiso dominar todo el valle del Ebro,
entonces en manos de autoridades musulmanas.
Un plan táctico, Zaragoza.
Un fin estratégico, el control de Vasconia.

Con imponente ejército de mercenarios bien pagados procedentes de mil rincones del mundo,
los mandos imperiales entraron divididos en dos cuerpos por Cataluña y Vasconia.
Fracasada la toma de Zaragoza, en cambio,
y presuntamente alertados por la rebelión nacional de los sajones,
pueblo germano pagano que vivía humillado bajo la bota franca en la actual Alemania,
Carlomagno ordenó el regreso.

De vuelta, el contingente arrasó cuanto pudo
para lograr al menos algunos de sus objetivos iniciales.
Es en este contexto en donde la destrucción de Iruñea toma sentido.
Pero Vasconia, como hemos mencionado, gozaba de una organización propia
que hoy desconocemos, puertos, ciudades, industrias, tecnología punta militar que,
pese a las precarias labores defensivas que resultaban inútiles durante decenios,
le permitió concentrar de nuevo un ejército nacional en el Pirineo navarro
con todo tipo de avituallamientos y mandos para miles de soldados que, éstos sí,
eligieron fecha y lugar para asestar un terrible golpe al ejército invasor.

Fue quizá la última victoria vascona de importancia frente al dominio del sistema,
victoria que se celebra en la actualidad cada verano con hogueras en las cimas de los montes.
Miles de mercenarios extranjeros, soldados de élite, quedaron en el campo de batalla,
para ser reproducidos en la mitología por doquier.
Es la figura del más alto sicario de Carlomagno que falleció en la contienda, un tal Roldán,
quien ostentaba la delegación del gobierno en Breizh.
Quizá entonces, gracias a ello, decidimos también que Bretaña seguiría siendo independiente.
El Estado Mayor enemigo se dejó el pellejo.
Pero Carlomagno, el futuro emperador, se salvó.


Conclusión

Tres años más tarde un ataque masivo desde el núcleo de Carlomagno
llevó la ruina y la desesperación a Vasconia, que apenas pudo resistirse.
Las crónicas hablan de numerosos grupos a lo largo del Pirineo, hasta la actual Andorra,
que en fechas posteriores intentaron hacer frente a ejércitos muy superiores.
Sólo quienes se sometieron al nuevo orden mundial salvaron la vida,
otros lucharon hasta el final.
Los jefes militares que optaron por la rendición se vendieron,
de forma que encontramos en sus cobardes y egoístas linajes
el fundamento de la imperante nobleza medieval nacional.

Pero debido a derrotas como la de Orreaga, el sistema no pudo implantarse del todo,
prefirió una absorción progresiva en vez de proceder al exterminio,
y tanto Breizh como Vasconia, ya Navarra, mantuvieron durante toda la Edad Media
una independencia menguante, una libertad condicional sin fianza a la espera que el juez
decretara de nuevo la prisión incomunicada.

Es en este contexto en donde debe situarse la creación del denominado reino de Pamplona,
luego de Navarra, como un ente estatal cipayo, jaula de autóctonos,
desde donde podía el poder seguir asimilando a sus habitantes,
meros indígenas sin civilizar desde el punto de vista imperial.

Y aun con todo este reino tuvo cierto éxito para sus súbditos,
porque así lograron prolongar, pese a ser en un continuado declive,
la resistencia de sus formas de vida, socioeconómicas, jurídicas, de organización política
y culturales etnolingüísticas hasta la actualidad,
frente al desastre que sucedía en las tierras vasconas ocupadas por los reinos próximos,
lugares en que la asimilación de la diferencia fue, hasta ahora, definitiva.




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